Seguro que has oído hablar del apego, esta palabra ha sido ampliamente utilizada, desde el budismo (con su famoso “el apego es sufrimiento”) hasta en nuestro día a día para hablar de aferrarnos de forma dañina a algo u alguien. No obstante, en psicología empleamos este término de forma completamente diferente, y es que el “apego” en esta disciplina se refiere al vínculo afectivo que se establece en los primeros momentos de vida entre el/la bebé y los/as progenitores/as y que servirá de base para los vínculos que cree a lo largo de su vida y, por lo tanto, para elaborar sus autoconcepto e identidad.
La forma en la que nuestras/os progenitores/as interactúan con nosotros/as nos prepara para salir al mundo y relacionarnos con él. Es como el aprendizaje de los pasos básicos de un baile que después perfeccionaremos por nuestra cuenta explorando y arriesgándonos, cayéndonos y levantándonos.
John Bowlby hablaba de 4 estilos de apego en función de la crianza que hayamos recibido:
Apego seguro: Aquel en el que la/el madre/padre está presente de forma incondicional, escuchando y respondiendo las necesidades del bebé y permitiendo al niño/a explorar, transmitiéndole que siempre va estar protegido y a ser bien recibido. Son personas que a la larga tendrán confianza en sí mismos/as.
Apego ansioso/ambivalente: Este apego se basa en una sensación constante de inseguridad y falta de confianza hacia los padres, probablemente porque sus conductas de cuidado sean inconsistentes y el cariño expresado vaya ligado a las conductas del/la menor (Ej: “Si no recoges es que eres una niña mala y mamá no te quiere”). Estas personas pueden acabar desarrollando creencias del tipo “no soy suficiente” o “mi único valor está en lo que dé a los/as demás”.
Apego evitativo: Se fragua en la relación con unos/as cuidadores/as ausentes a nivel emocional. El/la niño/a aprende que no puede contar con ellos/as a este nivel. Estas personas pueden tender a tener dificultades para identificar y expresar sus emociones.
Apego desorganizado: Es el tipo de apego más dañino, puesto que genera absoluta confusión en el/la menor. Son los casos de padres negligentes o que generan mucha inseguridad. El/la niño/a aprende que quien le protege y provee es la misma persona que le hiere, los padres son el origen de amor y de terror. Estas personas van a tener muchos problemas en sus relaciones futuras (se considera, incluso, que esto puede estar en la base del Trastorno Límite de la Personalidad), puesto que sus relaciones serán explosivas e inestables.
Cabe destacar que esto es una clasificación orientativa y que en cada persona el patrón de apego será único.
Ahora bien, ¿la crianza que hayamos recibido es absolutamente determinante en las relaciones que desarrollemos en la vida adulta? Influye, por supuesto, pero este baile del que hablaba se puede cambiar. Para empezar los padres no son las únicas personas que nos enseñan cómo son los vínculos, o qué lugar ocupamos en el mundo, haber tenido otras personas cercanas, como tíos/as, abuelos/as o profesores/as, que nos hayan tratado de forma diferente, puede ser de gran ayuda porque ya nos han enseñado nuevos pasos de baile.
Una frase que repetimos mucho en terapia es que “el vínculo sana”, crear nuevos vínculos desde el amor y el respeto, en los que te sientas importante y valioso/a te ayudará a relacionarte desde la seguridad. No obstante, puede ser que esto no sea suficiente y que tu sistema nervioso siga en alerta constante, anclado en las sensaciones y miedos tempranos, en este caso es recomendable iniciar una psicoterapia centrada en apego y trauma, donde “resetees” tu sistema nervioso a través del procesamiento de estos traumas relacionales y aprendas la forma más sana para conectar con las personas presentes en tu vida.
Por mi parte, estaré encantada de acompañarte en esta travesía.